jueves, 14 de julio de 2011

La luna de Valencia

Hace tiempo que vivo en la luna de Valencia,
colgado de un sueño que, a fuerza de perseguir
he terminado por atrapar, o que me ha atrapado a mí.

Desde aquí arriba veo como son las cosas ahora
y como eran antes, tan diferentes, tan distantes,
tan incompletas cuando tú no estabas,
tan increíbles ahora que te asomas por mi vida.

Es por ello que el miedo está latente,
ese miedo primitivo a estropear algo tan maravilloso,
por una palabra que nunca debió salir de mi boca
o por la que nunca me debí guardar.
Por algún acto de estupidez supina
o por alguna omisión ladina.

Pero lo mejor de estar perdido en la luna de Valencia
es que tú estás conmigo en ella,
iluminando el cielo con tus azules ojos
más que el blanco satélite,
que mengua y crece en un premeditado intento
de que deje de prestarte atención. Pero no puede.
Nada puede impedir que sólo tenga ojos para ti.
Ni siquiera la luna de Valencia, princesa.

sábado, 7 de mayo de 2011

¡Qué sonrisa más tonta!

No sé por donde empezar. Lo único que sé es que no quiero pecar de mojigatería sensiblona, aunque no sé si podré. No sé, no sé, no sé: dudas, indecisión, porque hoy me han desarmado y me han tirado abajo los esquemas. Bueno, mejor dicho, lo han vuelto a hacer. Además, me he acostumbrado a plasmar el lado más oscuro de las cosas y me puede resultar difícil tanta luz como la que he recibido hoy. Mis ojos no están acostumbrados y mi cerebro atenúa la verdadera dimensión. Pero empezaré desde el principio.


Uno llegó por estos lares sin intenciones marcadas ni rumbo fijo en ningún sentido. Afortunadamente, estoy cumpliendo sueños y metas que tenía desde pequeño. Estoy trabajando de lo que me gusta y donde me gusta y, sobre todo, me está permitiendo conocer a gente maravillosa, de todas condiciones, que me están haciendo el camino más llano. Si la vida pone a cada uno en su sitio, le he caído muy bien a alguien con muchas influencias, porque me está poniendo en un sillón muy cómodo. Y luego, se da la circunstancia, de que la mayoría son mujeres... y qué mujeres ¿Qué mas puedo pedir? (aquí se permite el comentario socarrón del día).


Cuando encuentras personas así, y permitidme la exageración, la vida cobra otro significado. Bueno, perdón, cobra significado, así a secas. Perfectos desconocidos unos meses antes que, a la mínima, te sorprenden con regalos y alharacas, aunque lo esencial es lo que eso demuestra. Un regalo, sólo por lo material, no tiene ningún valor, ya que no deja de ser algo superficial. Lo que los hace especiales y queridos es saber que para llegar a ese punto, primero, esas personas han tenido que pensar en ti; y segundo, se han tomado unas molestias que no se habrían tenido por qué tomar. Se han preocupado por hacerte feliz, y eso es lo más grande. Es este tipo de gente, la que depara los pequeños instantes de felicidad en el día a día, la que te hace sentirte como en casa en un lugar donde, hasta hace bien poco, eras un extranjero más llegado entre turistas guiris.



Acostumbrado a ser parco en celebraciones, este ha sido uno de los cumpleaños más austeros – el deber manda – pero seguro que será uno de los más recordados. Ana, Andrea, Alba, Rosa, Paloma, María: gracias. Gracias porque esta noche no me puedo quitar esta sonrisa tan tonta.



Por cierto, no he sido capaz de cumplir mi objetivo. Dejemos de lado el pasteleo, que me estoy empachando con tanta azúcar y pasemos a la acción: esto hay que celebrarlo. Habrá que juntarse durante el verano cuando toda la vorágine de trabajo y exámenes pase para celebrar que estamos vivos, ¿no? Que hace mucho tiempo que no pasamos un rato agradable juntos.

domingo, 24 de abril de 2011

Noche de domingo

Hay noches que uno lo ve todo del mismo color que predomina en el cielo a esas horas. Y encima, últimamente ya no hay estrellas que alivien su espesura y ofrezcan aleatorios dibujos que nosotros, en nuestro obcecado afán por cuadricular hasta las olas del mar, trazamos y clasificamos aunque tengamos que forzar su posición hasta límites insospechados. Pero ese es otro cantar en el que no quiero ni me interesa meterme. De momento.

Decía que hay noches que se ve todo muy oscuro, y no sabes exactamente por qué. Suelen coincidir con las últimas horas de algún melancólico domingo de soledad. Sabes que al día siguiente comenzará de nuevo toda la vorágine, el carrusel volverá a girar y todas estas penas se diluirán entre focos, micrófonos, ondas y rutina.

Quizá sea un herencia de esa tierna infancia en la que sabías que se acababa el 'finde', que tenías que volver a esa clase que tanto te aburría y de la que tanto deseabas salir en cuerpo y mente. Intentabas apurar esos últimos tragos de pequeña libertad antes de volver a esas obligaciones que desdeñabas pero que ahora resulta que fueron importantes. Me estaré haciendo viejo.

A pesar de que el contexto ha cambiado más que el tiempo en primavera, las sensaciones son las mismas. Con otra diferencia: echo de menos la tenue luz anaranjada del salón de casa, y quienes estaban en él. Quien me lo iba a decir.

miércoles, 6 de abril de 2011

Rutina

Levantarse. Ducha. Trabajo. Comer. Más trabajo. Dormir.
Levantarse. Ducha. Trabajo. Comer. Más trabajo. Dormir.

Hay veces que no podemos parar. Somos como autómatas, a los que programan para ejercer equis número de tareas. Una y otra vez, una y otra vez, en un bucle que se desarrolla en espiral hasta el infinito. Por más que queramos andar, siempre acabamos en el mismo sitio.

De vez en cuando, sólo muy de vez en cuando, conseguimos parar y desviar el transcurso de esa inexorable flecha. Descansamos cinco minutos y nos volvemos a acordar de que hay vida más allá de la pantalla de un ordenador cualquiera, de las informaciones que ésta vomita, de querer ser el primero sea cual sea el premio y el castigo.

En ese intervalo de tiempo, recordamos. Recordamos las cosas importantes. Recordamos que tenemos tiempo para sentir. Y yo, personalmente, me acuerdo de ti. De tu balsámica sonrisa, del afrutado olor de tu piel, del cálido sonido de tu voz. Y todo cobra sentido. Y todo vale la pena.

Hasta que el carrusel decide volver a girar, y la enérgica flecha de la vida vuelve al rumbo preestablecido. Suena el móvil y ya no estás tú.

Levantarse. Ducha. Trabajo. Comer. Más trabajo. Dormir.
Levantarse. Ducha. Trabajo. Comer. Más trabajo. Dormir.

sábado, 12 de marzo de 2011

Lluvia

La lluvia aporreaba el otro lado del cristal. Yo estaba mientras tanto distraído con aquella insulsa e irrelevante limpieza general cuando, de repente, encontré aquel álbum de fotos. Y, al tiempo que un rayo partía en dos la noche, me acordé de aquella fascinación tuya por la fotografía. Analógica, por supuesto. Te encantaba ese ritual que te suponía revelar las fotos en el laboratorio casero que tenías en el sótano. Ver como, poco a poco, lo que era un trozo de papel en blanco, degeneraba gradualmente en esa imágen, en ese recuerdo que esperabas con tanto anhelo.

Un poco así, de esa manera, de la forma en que iba apareciendo poco a poco la imagen sobre el blanco, apareciste tú en mi vida. Despacito, sin anunciarte, sin hacer mucho ruido. Cuando me quise dar cuenta estaba ya prendado de ti. De tu belleza fina, como de niké griega. De tu encanto natural, sin alardes innecesarios. De tu dulce y blanca sonrisa, que dejaba mostrar tus dientes como las impolutas teclas de marfil de un piano. Y también de esa misma manera, tan paulatinamente que casi ni nos dimos cuenta, nos fuimos distanciando el uno del otro, y hacía ya casi dos años que no sabía de ti. Dos años que comenzaron a pesar como dos toneladas sobre mi.

Mi primer impulso fue llamarte al móvil, pero un sonoro trueno hizo que deshechara aquella idea, como si de un aviso divino se tratara, y pensé en hacer lo que mejor se me da: escribirte una carta. Analógica, por supuesto, nada de emails y de esas moderneces que no hacen sino matar el romanticismo. Poder sentir, casi oler, la tinta sobre la que derrama el pensamiento de esa persona tan querida. Es, de algun modo, una forma de mantener el contacto fisico. Tocar lo que has tocado.

Pero soy un cobarde. Siempre lo he sido y lo seguiré siendo per saecula saeculorum. Prefiero regodearme en recuerdos de un pasado glorioso, ahogado en mi propia mediocridad. Fuera sigue lloviendo.

lunes, 28 de febrero de 2011

Tiempo

Hace tiempo que no me paso por aquí. Debe de ser que hace tiempo que no siento nada. Y me preocupa.

viernes, 11 de febrero de 2011

Tribus urbanas

Nos pasamos la vida buscando a nuestros iguales. Gente con la que hacer grupo, que reafirme nuestras ideas sin cuestionarnos ni el como ni el por qué. Entonces, guarecidos en la cueva grupal, nos sentimos identificados con esos semejantes que, a su vez, se sienten identificados con nosotros mismos en una suerte de comodidad recíproca. Yo sé lo que tú sientes, y tú sabes lo que yo siento. Nos sentimos cómodos, y no vemos la necesidad de comparar, de contrastar, de debatir y, en el fondo, de comprender que hay otras maneras de sentir y vivir igualmente válidas.

En la búsqueda de nuestro pequeño grupo gastamos grandes cantidades de energía y diversas comidas de cabeza. Nunca pensamos que quizá, sólo quizá, en la variedad esté el gusto, como dice el refrán, y que haber pertenecido a varios grupos sea mucho más enriquecedor. Que la gente, al verte, no te clasifique rápidamente, sino que puedas encajar en todos sitios y en ninguno a la vez. Que la contradicción sea tu manera de vivir.

Todo esto se puede extrapolar a la búsqueda de esa persona especial. Vamos, lo que los entendidos llaman “pareja”. Si acabas con alguien demasiado parecido a ti, es muy probable que acabes aburrido de hacer lo mismo de siempre. Lo interesante es que llegue alguien tan diferente a ti que te muestre cosas nuevas. Lugares nuevos, música nueva, sentimientos nuevos. Y tú, después de haber sembrado esa polivalencia, recoges los frutos pudiéndote adaptar a todo, pudiéndote adaptar a ese ritmo. ¿Captas por donde voy?

Lo bonito que es encontrar a alguien inesperado que te ofrece cosas originales, inéditas. Que te hace abrir los ojos para enseñarte que la vida tenía más colores de los que pensabas. Que te saca de la rutina de tu aburrida tribu urbana.

Las piezas que encajan nunca son iguales, sino complementarias. Ese es el punto.

lunes, 7 de febrero de 2011

Himno

Esto no sé como definirlo. Bueno sí. Me han encargado componer una letra para el himno del Club Deportivo Algar, y me ha salido esto (próximamente, con música, pero eso no depende de mí):


"Cuenta una gran y vieja leyenda
que a principios de los años treinta
surgió tu pasión primera.

Estandarte de toda la comarca,
paseas tu escudo con gran orgullo,
el carácter de tu pueblo te marca,
tus victorias, honradas por el mundo.

¡Algar!
¡Algar!
Luchando siempre con ardor,
sin dar por perdido un solo balón.

¡Algar!
¡Algar!
Siempre caminando hacia la victoria,
gritando tu nombre con euforia.

¡Algar ¡Algar! ¡Algaaaaar!

Con once jugadores en el campo
llevando camiseta rojiblanca,
con tu afición en la grada animando,
esta victoria nunca se escapa.

Ya están saliendo todos los leones,
para jugar en el Sánchez Luengo,
coraje algareño con dos colores:
rojo de tu sangre y blanco de tus sueños.

¡Algar!
¡Algar!
Luchando siempre con ardor,
sin dar por perdido un solo balón.

¡Algar!
¡Algar!
Siempre caminando hacia la victoria,
gritando tu nombre con euforia.

¡Algar ¡Algar! ¡Algaaaaar!"

martes, 1 de febrero de 2011

Señales

Cuando la imposibilidad provoca frustración,
cuando la frustración provoca angustia,
y cuando la angustia se transforma en miedo,
es una señal.

Cuando en la ausencia está más presente que nunca,
cuando querer olvidar significa no poder olvidar,
cuando por más que intentas acercarte te acabas alejando,
es una señal.

Cuando piensas más en qué estará haciendo que en qué vas a hacer tú,
cuando miras más su foto que tu estampa en el espejo,
cuando un "no" de su boca es el fin del mundo,
es una señal.

Es una señal, amigo, de que estás coladito por sus huesos...

jueves, 27 de enero de 2011

GPS

Quería poner tierra de por medio, quería olvidar y quería olvidarla. Sobre todo olvidarla. Las cosas no estaban bien. Bueno, de hecho nunca llegaron a estar bien, o al menos de la manera en que todo el mundo utilizaría esos términos. Nosotros éramos así de especiales, pensaba yo en ese momento, y quería verlo de esa manera.

Decía que todo iba bien, hasta que todo fue mal. De esa manera tan normal e inexorable. Si no cuidas de una cosa, se acaba pudriendo. Como el medio limón de mi nevera que se va resecando al abrigo del paso del tiempo.

Así que pusimos tierra de por medio. Cogí la carretera nacional en dirección norte intentando huir de ti, intentando huir de mí. Pero tu ausencia dice mucho más de ti y de mí de lo que habíamos conocido en más de tres años. Tus interminables piernas dibujaban curvas en mi imaginación que no conocía hasta entonces.

No supimos interpretar las señales que nos deparaba el destino, ese GPS sin actualizar. Todos los caminos conducen a ti. ¿Dónde narices quieres que vaya, entonces?

martes, 25 de enero de 2011

A un lado y al otro

Una pequeña embarcación, repleta de hombres, niños y madres en busca de un mundo mejor, se abre paso entre el oleaje. Mientras, en el edén deseado, cientos de bañistas y turistas copan la arena, en una hercúlea batalla por situar la sombrilla en tribuna preferente.

Yo, espectador de ambas escenas desde lo alto de un hermoso acantilado, disfruto del mar como testigo mudo, juez y parte de las injusticias y equidades del orbe. Al fin y al cabo, el trecho de agua que separa ambas circunstancias no hace otra cosa que certificar físicamente la diferencia existente entre los que disfrutamos del paraíso, y los que, simplemente, luchan por sobrevivir.

Apenas hay diferencia. El azar de haber nacido unos kilómetros más al norte o al sur rige nuestras vidas desde el inicio, y el mar, une o separa estos mundos según la visión que cada uno posea. Subjetividad ética.

viernes, 21 de enero de 2011

Química

Nada más entrar en la taberna me llamó la atención. Un mujer sola, cenando en medio de todo ese tugurio. Jamás, y mira que llevaba años frecuentando ese local, había encontrado a una mujer cenando sin compañía. Parejas, varias, sobre todo antes de las actuaciones en directo, pero mujeres solas nunca.

Me fijé en lo que comía: una ensalada césar, un plato de macarrones con atún y una cerveza, suponiendo esto último la única licencia alimenticia que se permitió. Me seguía sorprendiendo ver a una mujer como ella, con esa carita inocente, esa melena rubia y esa mirada entre dulce, cándida y taciturna que le otorgaba cierto trasnochado parecido con Brigitte Bardot.

No podía hacer otra cosa que mirarla según me aproximaba a la barra, y le encargué a Manolo mi habitual cena baja en grasas: un plato combinado de lomo con beicon, huevos, patatas y un poquito de lechuga, por aquello de poner la nota de color. De color verde, se entiende. Aproveché el momento para preguntarle a Manolo por la susodicha:
  • “Manolo, ¿cuánto tiempo lleva esa chica aquí?” - le pregunté, señalándole la mesa donde ella comía de espaldas.
  • “¿La jaquetona de la mesa cuatro?”
  • “La misma”.
  • “Le acabo de poner el plato en la mesa hace cinco minutos, todavía estás a tiempo de intentar trajinártela”.
  • “¡Qué bestia eres!” - le dije para disimular, ya que mis intenciones no diferían demasiado de la situación que me había planteado.
  • “Toma aquí tienes tu cena. El postre es cosa tuya...”

Cogí aquel gigantesco plato y me acerqué, con la mejor de mis sonrisas y desplegando todo mi (poco) encanto hacia aquella mesa cuatro.
  • “Perdona, ¿estás sola?”
  • “Mira, si eres otro gilipollas que te crees que vas a poder ligar conmigo y acostarnos esta noche para que, mañana, hayas desaparecido de mi vida, mejor date la vuelta y busca otro sitio donde cebarte con eso” – me espetó, así, sin vaselina ni nada.
  • “Mira ricura, creo que te estás equivocando conmigo. Yo no soy con quien deberías pagar tu síndrome de modelo frustrada con ínfulas de superioridad. Iba a cenar solo y tú estabas cenando sola y pensé que, quizás, nos podríamos hacer más agradable este tiempo el uno al otro. Pero como veo que no, este gorrino se va a cebar a otra mesa” – para chulo, chulo, mi pirulo.
  • “Perdona, es que... Bueno, en fin, no lo comprenderás. Siéntate por favor” – el farol había resultado.
  • “No te preocupes” – le dije, mientras tomaba asiento. “Sólo busco un poco de conversación y... lo que surja”.

Se echó a reír, y no sabía muy bien por qué, ya que, aunque pretendía ser gracioso, aquella broma era bastante mala. De todas formas, esa carcajada me resultó estremecedoramente familiar. Era una extraña sensación, como si ya la hubiera escuchado antes cientos, miles de veces. Aquello era novedoso para mí, nunca antes habían fluído así las cosas con un extraño, y me gustaba. Yo es que tengo la buena o la mala suerte de creer en el destino. Sí, creo que hay una historia vital marcada para cada uno de nosotros, y que cada acierto y cada error, que cada decisión que tomemos en este preciso instante, es un paso más, es sólo un peldaño más en la escalera que debemos subir inexorablemente. Si esta teoría mía resulta cierta, esa familiaridad no hacía sino confirmar que esa persona que tenía enfrente, la jaquetona de la mesa cuatro, podría acabar siendo importante para mí. Era mi destino.

La conversación discurría por los cauces de lo fútil, tal y como me esperaba. Que si qué tal, que si como te llamas (por cierto, se llamaba Ana Belén), que si de qué trabajas. Fue esto último lo que me sorprendió: científica investigadora de la Universidad Complutense. Toma ya. Estaba por esta zona para estudiar el comportamiento de algunos metales en entornos marinos altamente corrosivos. Un peñazo, vamos. Todo eso explicaba por qué estaba sola y por qué nunca la había visto por allí: era nueva en la ciudad. Ya tenía por donde empezar.

Poco a poco, los temas tratados fueron cambiando, sometidos a una deriva que los iba acercando, sin prisa pero sin pausa, al aspecto más, digamos, personal. Eso se notaba en mi comida. En condiciones normales ya habría dado buena cuenta de la ensalada, de los huevos y del bacon. Sin embargo, aquel gigantesco plato que Manolo me había preparado continuaba casi inmaculado frente a mí. Estaba concentrado en otras cosas, y seguro que no iba a morirme de inanición.

Y fue en ese preciso instante, creo yo, cuando me pregunté: ¿cuando se prendió la mecha? ¿Después de comerme ese trozo de cebolla? ¿Tras la lechuga? ¿Cuando ese tomate llegó a mi estómago? Y en dirección contraria también, porque si no hay correspondencia, sólo hay sufrimiento. ¿En qué momento le saltó la chispa? ¿En qué momento ese regordete querubín con peluca rubia al que llaman Cupido fue a visitarla? Todo aquello era muy extraño, y casi mágico, aunque ella se empeñara en responder que sólo eran “reacciones químicas”. Científica tenía que ser...
  • “Sabes, yo creo en el destino, en la magia de conocer a un desconocido, valga la redundancia, y que éste acabe siendo importante para mí” - se echó a reír en cuanto le dije esto. “¿Nunca te ha pasado?”
  • “Soy una científica... Somos gente aburrida que no creemos en lo que no podamos tocar, medir, o comprobar de alguna manera. Soy muy diferente a ti”.
  • “No creas, sólo tenemos distintas maneras de percibir nuestro alrededor. Sé que esto que voy a decir va a sonar muy cursi, pero es así: tú procesas la realidad a través de los sentidos. Sólo crees en lo que ves, lo que tocas, lo que oyes. Yo, por contra, sólo creo en lo que siento” - creo que ese fue el momento en el que algo dentro de ella hizo click. Su mente, acostumbrada a asimilar la realidad de una manera casi matemática, estaba tratando con información desconocida. Y se notó en su cara. Su mirada pedía auxilio. “Sé en lo que estás pensando ahora. ¿Ves como al final llevo yo razón? Simplemente déjate llevar”.
  • “No estoy nada acostumbrada a dejarme llevar. No, al menos, sin tener un rumbo donde ir”.
  • “Al final la deriva te suele dejar en paradisíacas playas” - tras esto, se levanta, coge el bolso y la chaqueta, y se queda mirándome fijamente, como esperando un movimiento por mi parte. “¿Qué pasa ahora?”
  • “¿Qué me dijiste justo al principio de nuestra conversación?”
  • “¿Cuando me defendí de tu ataque verbal?”
  • “No, después. Cuando me dijiste lo que buscabas de mí”.
  • “¡Ah, sí! Un poco de conversación... y lo que surgiera” - ¡bingo!
  • “Pues ha surgido algo. Y ha surgido ya. ¿Te vienes o te arrastro?” - ¡premio!

Reacciones químicas... ¡JA!

La vida es imposible de cuartear, cortar, diseccionar y analizar en pequeñas porciones y que todo eso tenga sentido. La vida carece de sentido, es un 'totum revolutum' en el que se mezcla la maldad con la bondad, la pasión con el sufrimiento, el amor con el odio. Todo se revuelve, todo se agita. No hay límites, no hay fronteras, no se sabe donde empieza una cosa y acaba la otra. Ni negro, ni blanco, ni todo lo contrario. Hasta que encuentras a ese alguien que lo ordena todo, y que pone cada cosas en su sitio. Y ese alguien, para mí, fue “la jaquetona de la mesa cuatro”.

lunes, 17 de enero de 2011

Rompecabezas

El puzle está defectuoso.
Sí, debe de ser eso.

Al principio todo iba bien, las piezas encajaban, y la imagen que yo tenía en mi mente se iba cuadrando en la realidad. Me encantaba esa sensación de ver como todo evolucionaba, de observar como, poco a poco, todo parecía acoplarse, ensamblarse de la manera en la que estaba presupuestada.

Pero la cosa cambiaba.

Paulatinamente, según iba cogiendo fichas, no sabía donde colocarlas. Bueno, realmente sí sabía donde colocarlas, pero el dibujo que iba apareciendo poco o nada tenía que ver con el esquema que yo contemplaba. Tenía un puzle distinto al que había comprado. Bueno, mejor dicho, tenía un puzle distinto del que hubiera querido comprarme.

Y sí, definitivamente ya estaba completo, y no aparecía yo. Volví a mirar la caja, con el dibujo guía y allí, justo al lado de tu figura estaba la mía. Eso era lo que debía ocurrir. Eso era de lo que estaba seguro, pero no. Allí, con el puzle completo no estaba yo. No era una pieza importante de tu vida.

Ni lo seré jamás. Debí sospecharlo.

Minipunto I

Entre tú y yo hay un abismo de centímetros.

domingo, 16 de enero de 2011

Anemia anímica

Lo siento pero no puedo. No te puedo decir que soy feliz viéndote junto a él. Lo único que se me ocurre en estas circunstancias es poner en duda todo lo que he leído y escuchado hasta el momento. No me creo que nadie sea feliz viendo a quien quieres, a quien amas, a quien deseas, con otra persona, por muy feliz que la persona amada sea en el regazo de ese impostor.

El mero de hecho de pensar que, seguramente, en este preciso instante, tú estás con él, en pensamiento, palabra, obra u omisión, hace que no pueda tener ningún tipo de concentración en mis tareas. Me impides pensar, me impides escribir, me impides hablar.

Me impides vivir.

No puedo estar conforme sabiendo que duermes en su ombligo. No puedo estar contento sabiendo que respiras y asfixiarías por él. No puedo estar complacido, obviando los hechos, no puedo.

Para mí es cuestión de supervivencia. Tus besos son condición necesaria y suficiente para mi existencia.

Socorro.

viernes, 14 de enero de 2011

Desengaño

Todo el mundo empieza siendo especial.
Cada nueva persona que llega a tu vida
te aporta algo nuevo, algo distinto.

Luego, está ese alguien que se encuentra por encima de esa categoría.
Ese alguien al que el adjetivo especial se le queda corto.
Ese alguien que es uno entre un millón.

Eso me dijiste, cuando nos conocimos, cuando me seduciste.
Pero las cosas cambian, y no de la manera en la que queremos.
El mundo siempre se mueve ajeno a nuestros sueños.

Así que es normal que nos llevemos decepciones.
Me dijiste que eras una entre un millón,
y resulta que hay un millón como tú.

miércoles, 12 de enero de 2011

Refrito

Abrazarte y no poder.
Besarte y no saber.
Tocarte y no sentir.

Te deseo y tú no estás,
a pesar de que te puedo rozar.

La peor forma de extrañar a alguien es estar sentado a su lado,
y saber que nunca lo podrás tener*.

martes, 11 de enero de 2011

Filosofía

Hay veces que me pregunto qué narices hago aquí. Y no me estoy refiriendo a alguna efímera circunstancia espacial, sino a la permanente circunstancia de vivir. Gente seguramente más sabia que yo ya se ha planteado la misma respuesta, y nadie ha hallado una solución, lo que me hace pensar que no voy a ser yo el que venga a descubrir la fórmula de la Coca Cola.

Tratas de estudiar de buscarte un futuro. Encontrar una pareja, formar una familia (de la manera que sea) y así pasar el resto de tus días hasta que la vieja pero implacable mujer de negro venga a buscarte y acabes a tres metros bajo tierra (o con tus cenizas esparcidas por algún bucólico paraje).

Todo esto es un camino que recorrer hasta el destino final, por lo que es recomendable hacerlo lo más divertido posible y evitar marearte con las curvas. De todas formas, ese recorrido está lleno de decisiones que, consciente o inconscientemente hemos de tomar. Y no son aplazables puesto que no decidir a tiempo constituye una opción por si misma. Cientos de posibilidades distintas esperando llamarte la atención, y nunca se está seguro de ninguna. Nunca. ¿Por qué es todo tan complicado?

Y nunca he estado seguro de ninguna. Bueno, miento. Hay una cosa, una sola cosa de la que estoy seguro, segurísimo. Y cada vez que veo tu foto, mi seguridad aumenta por momentos. Pero el tiempo pasa, y la inacción domina la escena. Es pronto, pero el tiempo pasa y entre tú y yo no pasa nada, nunca pasa nada. ¿Cómo es posible que esté equivocado en lo único de lo que estoy seguro?

Decía al principio que yo no iba a descubrir la fórmula de la Coca Cola. Tampoco lo pretendo. Pero vuelvo a mirar tu foto y todo vuelve a tener sentido. ¿Cuál? Ni idea, pero ni falta que hace saberlo.

lunes, 10 de enero de 2011

Fray Luis

Ya habían pasado dos años.
Dos años de noches en vela esperando una carta, un mail, una llamada.
Dos años de días teñidos de incertidumbre sobre su paradero.
Dos años de vueltas a la cabeza.
Dos años de angustia y soledad.
Dos años desde aquella desesperada carrera hacia la estación.
Dos años desde que viste escapar aquel autobús rumbo a Francia.
Dos años, dos.
Pues después de dos años volvió.
Sin disculpas.
Sin avisar.
Sin dar indicios sobre su llegada.
Como una tormenta de verano.
Como si nada hubiera pasado.
Como si esos dos años hubieran sido dos minutos en medio de la inmensidad de la Historia.
Y, después de esos dos años, te soltó un “como decíamos ayer...”

domingo, 9 de enero de 2011

Confesión

“Llegaba tarde. Era una época de mi vida en la que siempre llegaba tarde a todo, tanto física como anímicamente. Había quedado con Sonia y no quería plantarla en la primera cita. Te acuerdas de Sonia, ¿verdad? Tenía detrás de ella a toda la facultad de letras, y de no haber aparecido no habría tenido una segunda oportunidad, como así fue a la postre.

Decía que llegaba tarde, así que imagínate como iba. Mientras los semáforos estaban en rojo parecía un piloto esperando que se pusieran en verde y cuando esto sucedía, en apenas décimas de segundo salía a tope. Y no sólo eso, sino que, de vez en cuando, me saltaba alguno que otro.

Todo estaba controlado, y parecía que acortaba horarios. Iba a llegar casi a tiempo. Y digo “iba”, porque no llegué a tiempo. Bueno, directamente no llegué. En el tercer cruce de la calle Fuencisla López acabé chocándome con un Seat Ibiza gris. Nada más producirse el mismo pensé: 'joder, para un puto semáforo que no me salto, se lo salta esta zorra y nos damos un golpe. Ya sí que no llego. Mierda'.

Hasta que el conductor se bajó del Seat. Sabes, siempre he creído en el destino, y en las pequeñas cosas que causan grandes cambios en la vida, y aquello fue una de esas. Nada más ver a esa chica bajarse del coche sentí que iba a ser la madre de mis hijos. No te exagero, es de esas veces que estás muy seguro de algo, que tienes la certeza inexorable de que algo va a pasar, y que no concibes ningún otro tipo de desarrollo de los acontecimientos. No sabía ni su nombre, pero supe que aquella mujer sería la mujer de mi vida.

Debe de ser que ella tenía la misma percepción sobre mi persona o que, por lo menos, se dejó llevar. Nunca hemos hablado sobre aquello, preferimos mantener el misterio y no saber las sensaciones que tuvimos. Esas sensaciones que provoca eso que llaman 'flechazo'. Son demasiado bonitas como para descifrarlas. Bueno, el caso es que aparcamos los coches, que apenas sufrían daños en la zona delantera. Chapa y pintura. Tras el incidente nos fuimos a tomar café. Sobra decir que rellenamos los papeles del seguro de manera amistosa.

Y así empezó todo, Juan. Por cierto, sí, acabé plantando a Sonia, pero es que estaba citado con mi destino".

sábado, 8 de enero de 2011

Parálisis

Sabes, cada vez que estoy cerca de ti me pasa una cosa muy extraña. No sé si es grave, de hecho no sé si ni tan siquiera es normal, pero creo que se lo voy a tener que comentar a algún médico, doctor o especialista. En cuanto te diga qué es lo que es, me vas a comprender perfectamente y, quizás, solamente quizás, puedas incluso llegar a empatizar conmigo.

Hoy, por ejemplo, te has sentado a mi lado. Apenas unos centímetros nos separaban, a veces ni tan siquiera eso y tu piel llegaba a rozar la mía en efímeros momentos de placer. A pesar de que sólo pensaba en desplegar mi brazo por tu espalda y aferrarme a ti, aproximarte a mi regazo, abrazarte como si no hubiera mañana, sufría de parálisis permanente. Por más que lo intentaba, mi brazo, sensatamente insensato, desobedecía las órdenes de un superior y se negaba a rodear tu cuello y llegar al otro lado.

Muchas personas pensaran que aquello hubiera sido descortés, incluso maleducado, pero yo digo: ¿qué hay de maleducado en una muestra de cariño? Otras personas achacarán dicha parálisis a estar rodeado de gente presenciando la escena. Yo les digo que no. Que si alguna vez nos encontráramos a solas en un calco improbablemente real de mis imágenes oníricas, tampoco sería capaz de ello. Y es que tu primer “NO” es un peso que mis extremidades superiores no pueden levantar.

La única esperanza que me queda es que viajemos a Nueva York, y nos encontremos en el hotel Chelsea. Y que allí, envueltos por la magia de la escena, me digas que, aunque prefieres a los hombres guapos, conmigo harás una excepción. Y que tus palabras levanten el peso que me oprime el brazo y el pecho, y por fin, y sólo entonces, nuestra unión sea completa.

Como ves, tengo sueños muy complicados. Y cuando no se cumplen, pues siempre me quedará soñar que se cumplen. Hasta el infinito y más allá.

viernes, 7 de enero de 2011

Celos

¿Se puede tener celos de un niño de cuatro años?
¿Se puede tener celos de una criatura tan frágil?

Sí, se puede.
Sobre todo viéndote a ti, reírte,
alegre y contenta con él.

Verle, durmiendo plácidamente en tu pecho,
compartiendo miradas cómplices,
riéndote a carcajadas con él,
deja mi ego muy maltrecho.

Tú no te das cuenta,
pero él me mira con aire de superioridad,
con una crueldad infinita,
sabiendo que hace contigo todo aquello por lo que yo me muero.

Tú te sigues sin dar cuenta,
pero él ya me mira con desprecio,
sabiendo que nadie me creerá al contarlo,
sabiendo que disfruta todo aquello por lo que yo me muero:
tú.

jueves, 6 de enero de 2011

Trabalenguas

Hoy toca chorrada. Dedicado a esa gran amiga llamada Rosa:

Carlos no quiere ser pajarico,
no va con su estilo,
pajarraco prefiere, y no te vacilo,
pero acabó siendo pajarraquico.

Carlos es un pajarraquico,
¿quién lo despajarraquicará?
El despajarraquicador que lo despajarraquique
buen despajarraquicador será.

martes, 4 de enero de 2011

Definiciones (1)

Hoy quería escribir algo sobre la "soledad", así en general, como concepto y de manera aséptica. Evidentemente no quería utilizar la primera persona para ello, pues perdería todo el valor científico.

Para empezar, creía que el procedimiento indicado para ello sería mirar la definición en el Diccionario de la Real Academia. El DRAE, ese impenitente compañero de trabajo. Digo que creía que era el mejor procedimiento, porque viendo las acepciones que contiene la entrada “soledad”, debe de ser que los señores académicos no han sentido nunca nada parecido. Si no me créeis, leed:

1. f. Carencia voluntaria o involuntaria de compañía.
2. f. Lugar desierto, o tierra no habitada.
3. f. Pesar y melancolía que se sienten por la ausencia, muerte o pérdida de alguien o de algo.
4. f. Tonada andaluza de carácter melancólico, en compás de tres por ocho.
5. f. Copla que se canta con esta música.
6. f. Danza que se baila con ella.


Obviemos las acepciones 4, 5 y 6 por razones obvias (válgame la redundancia).

La primera no me vale para nada. “Carencia de compañía”... ¿En qué carajo estaban pensando los jodidos académicos? Me había jurado que no quería utilizar la primera persona, pero se me hace imposible. Yo me he sentido solo aún estando acompañado. Diría incluso más, las veces que más solo me he sentido han sido en compañía de otros. Y es una soledad puta, silenciosa, que te va invadiendo poco a poco, justo en el momento en el que te das cuenta de que “pasan” de ti, de que pintas allí lo mismo que la pata de la mesa y mucho menos que esa mosca cojonera que anda por allí. Aunque la quieran matar, al menos le hacen más caso.

La segunda... Pues bueno, pues vale, pues me alegro.

Y en la tercera, “pesar” y “melancolía” son sustantivos de sacarina para describir esa situación. ¿Acaso no se llega a sentir “tristeza” o “angustia”? ¿Como poner el límite? ¿Dónde acaba el “pesar” y empieza la “tristeza”? ¿Por qué no hay ningún indicador para detectarlo?

Es complicado definir la “soledad” de una manera aséptica, porque es como como los culos, que cada persona tiene uno distinto. O como robar en El Corte Inglés, que todo el mundo lo ha hecho, pero nadie cuenta cómo.


Un poema encierra más sabiduría que cualquier diccionario.

lunes, 3 de enero de 2011

Vacío

Lo siento, estoy bloqueado.
No hay nada que hacer.
La impenetrable muralla del papel en blanco.

domingo, 2 de enero de 2011

Nessie (1ª parte)

La primera vez que supo que tenía parientes en Escocia fue aquella tarde. Bueno, realmente ya no tenía parientes, porque el único que vivía acababa de morir. Recibir una carta en perfecto inglés en la puerta de su casa le llamaba la atención. Al abrirla comprobó que su tío-abuelo Edward había fallecido en su casa a orillas del lago Ness, siendo él su heredero más directo. Sólo se quedaría con aquella casa con vistas al lago, puesto que Edward dejó toda su fortuna a las monjas de un convento cercano.

La idea de escapar por una semana a Escocia le satisfacía, ya que su vida, tanto a nivel personal como profesional, no pasaba por su mejor momento. Fue despedido de la oficina donde trabajaba por un “reajuste de plantilla”, y con Eva rompió después de seis años de noviazgo. Un actor de medio pelo tuvo la culpa. En principio tenía previsto volver, pero si la experiencia salía bien no descartaba quedarse allí por una temporada. No se lo pensó más y sacó los billetes hacia Glasgow para dentro de tres días, ya que su colega Juanito iba para Madrid, y le podía dejar en el aeropuerto.

El único miedo que tenía para aquel viaje era la odisea del aeropuerto. Siempre le habían parecido lugares hostiles, donde tienes que quedarte medio en pelotas para pasar un control. Fuera el reloj, el móvil, el cinturón, etc. Todo eso con la chaqueta en la mano por el calor que hacía, y con la mochila llena porque en la maleta no le cabía más (maleta de la cual se había despedido media hora antes al facturar). Una vez acomodado en el avión, le tocó con un señor mayor que se pasó durmiendo (y roncando) todo el viaje. Casi tres horas con una cabeza babeante apoyada en su hombro.

Al llegar a Escocia, el primer contratiempo: su maleta no aparecía. Fue a reclamar al puesto de la aerolínea (menos mal que hablaba inglés “fluently”). Allí le dijeron que seguramente la maleta aparecería en Sydney, ya que otro avión de la misma aerolínea salió a la misma hora y desde la misma pista hacia allí. Dejó un teléfono de contacto (que se lo había comprado allí mismo) y se marchó. La idea era pasar el fin de semana en Glasgow, para ver el partido del Celtic de esa jornada y visitar el mítico Hampden Park, donde el Madrid se había proclamado dos veces campeón de Europa (la primera de ellas, en 1960, es considerada la mejor final de la historia). El lunes le esperaba el notario en la casa del lago Ness.

Así pasó aquel fin de semana, en el que además cayeron varias cervezas en bares frecuentados por estudiantes en el West End. Cuando se disponía a alquilar un coche para emprender el camino hacia su recién heredada casa, recibió una llamada en el móvil. Era de la aerolínea, que su maleta había sido encontrada y estaba en el aeropuerto. Si quería se la podían llevar a cualquier lugar del país, así que decidió recogerla en Inverness, que era la ciudad grande más cercana a la casa, a unos 40 kilómetros. Después de esto se subió al Fiat Punto alquilado y emprendió dirección norte. El hecho de conducir por el carril contrario al natural le asustaba al principio. Quizás por la atención que le puso a aquel viaje, al poco tiempo se acostumbró y se sintió cómodo. Aquella carretera bordeaba varios de los cientos de lagos que están repartidos por la geografía escocesa. El paisaje era bonito. Sólo le faltaba que el sol brillara para componer una estampa bucólica. De repente, una espesa niebla empezó a cubrir la carretera...

sábado, 1 de enero de 2011

Sueños

No es raro que un hombre sueñe con su deseo más oculto,
aquel que anhela a oscuras sin que nadie lo sepa,
aquel que le perturbaba de niño y le atormenta de adulto.
Así que no es raro que sueñe contigo.

No es raro que ese sueño obsesivo, silencioso pero asombrante,
trate de imitar la realidad, y acabe tan dolorosamente como ella,
con tu fría e hiriente indiferencia agudizante.
Así que no es raro que sueñe contigo.

Lo raro, lo sorprendente, es que hoy el sueño ha cambiado.
Tú me miraste, acariciaste mi trémula cara y besaste mis asustados labios.
Sin saber cómo, ni cuándo, ni por qué. Con la guardia baja.
Eso sí ha sido raro.

Luego, al despertar, una marca blanquecina recorría mi boca de izquierda a derecha,
y supe, a ciencia cierta, que era tu saliva, la marca que dejaron tus labios al contacto con los míos, petrificada,
en un intento baldío de mi cuerpo de que ese beso, aunque inexistente, durara para siempre.

Si cada vez que me durmiera soñara lo mismo,
la noche eterna sería el paraíso.

Retazos

Que díficil es encontrar a alguien. Pero no alguien con quien salir de copas o pasar un rato. De esos los hay a puñados. Es díficil encontrar a alguien con quien subir al cielo y por quien bajar a los infiernos.

Después de un rato observándola comprendí que no la habían plantado, había quedado con su móvil.

El barco iba y venía con impropia regularidad. Justo como mi felicidad.

Las terrazas están llenas. Los corazones y los vasos de whisky, vacíos.

Llegué tarde a la cita. No conseguí acomodar en el coche a la desesperación, los nervios y la angustia. Tengo un tres puertas.

La justicia es ciega. Por eso siempre se pierde por el camino.

La soledad me tiene secuestrado. Stop. Pide un rescate muy alto. Stop. Entregar tu vida a cambio de la mía. Stop.

Desde el espacio la Tierra se muestra como una unidad. Desde abajo nos empeñamos en dividirla en cuantos más trozos mejor.

El concierto iba a comenzar. Esta vez iba a ser yo el que diera el cante enfrente de una gran multitud: tú.

Sabio es aquel que sabe que ignora más de lo que conoce.

Dar un paso atrás es necesario, dar dos es tomar impulso, dar tres es retroceder.

Un lienzo en blanco es hacer el amor; la primera pincelada, un recién nacido; el cuadro completo, un muerto con muchas cosas que decir.