viernes, 11 de febrero de 2011

Tribus urbanas

Nos pasamos la vida buscando a nuestros iguales. Gente con la que hacer grupo, que reafirme nuestras ideas sin cuestionarnos ni el como ni el por qué. Entonces, guarecidos en la cueva grupal, nos sentimos identificados con esos semejantes que, a su vez, se sienten identificados con nosotros mismos en una suerte de comodidad recíproca. Yo sé lo que tú sientes, y tú sabes lo que yo siento. Nos sentimos cómodos, y no vemos la necesidad de comparar, de contrastar, de debatir y, en el fondo, de comprender que hay otras maneras de sentir y vivir igualmente válidas.

En la búsqueda de nuestro pequeño grupo gastamos grandes cantidades de energía y diversas comidas de cabeza. Nunca pensamos que quizá, sólo quizá, en la variedad esté el gusto, como dice el refrán, y que haber pertenecido a varios grupos sea mucho más enriquecedor. Que la gente, al verte, no te clasifique rápidamente, sino que puedas encajar en todos sitios y en ninguno a la vez. Que la contradicción sea tu manera de vivir.

Todo esto se puede extrapolar a la búsqueda de esa persona especial. Vamos, lo que los entendidos llaman “pareja”. Si acabas con alguien demasiado parecido a ti, es muy probable que acabes aburrido de hacer lo mismo de siempre. Lo interesante es que llegue alguien tan diferente a ti que te muestre cosas nuevas. Lugares nuevos, música nueva, sentimientos nuevos. Y tú, después de haber sembrado esa polivalencia, recoges los frutos pudiéndote adaptar a todo, pudiéndote adaptar a ese ritmo. ¿Captas por donde voy?

Lo bonito que es encontrar a alguien inesperado que te ofrece cosas originales, inéditas. Que te hace abrir los ojos para enseñarte que la vida tenía más colores de los que pensabas. Que te saca de la rutina de tu aburrida tribu urbana.

Las piezas que encajan nunca son iguales, sino complementarias. Ese es el punto.

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