miércoles, 6 de abril de 2011

Rutina

Levantarse. Ducha. Trabajo. Comer. Más trabajo. Dormir.
Levantarse. Ducha. Trabajo. Comer. Más trabajo. Dormir.

Hay veces que no podemos parar. Somos como autómatas, a los que programan para ejercer equis número de tareas. Una y otra vez, una y otra vez, en un bucle que se desarrolla en espiral hasta el infinito. Por más que queramos andar, siempre acabamos en el mismo sitio.

De vez en cuando, sólo muy de vez en cuando, conseguimos parar y desviar el transcurso de esa inexorable flecha. Descansamos cinco minutos y nos volvemos a acordar de que hay vida más allá de la pantalla de un ordenador cualquiera, de las informaciones que ésta vomita, de querer ser el primero sea cual sea el premio y el castigo.

En ese intervalo de tiempo, recordamos. Recordamos las cosas importantes. Recordamos que tenemos tiempo para sentir. Y yo, personalmente, me acuerdo de ti. De tu balsámica sonrisa, del afrutado olor de tu piel, del cálido sonido de tu voz. Y todo cobra sentido. Y todo vale la pena.

Hasta que el carrusel decide volver a girar, y la enérgica flecha de la vida vuelve al rumbo preestablecido. Suena el móvil y ya no estás tú.

Levantarse. Ducha. Trabajo. Comer. Más trabajo. Dormir.
Levantarse. Ducha. Trabajo. Comer. Más trabajo. Dormir.

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