De repente, vi la luz. Yo, acostumbrado a la oscuridad total, no pude evitar voltear la cabeza cuando vi aparecer al fondo ese puntito de luz cegadora. Había algo dentro de mí, no te sabría decir exactamente el qué, ni por qué, que me empujaba hacia allí, que me decía que debía emprender mi marcha con destino a aquel pequeño punto blanco en medio de la negrura.
Una paz interior me recorrió todo el cuerpo según me aproximaba. No veía nada más que una luz, una luz reluciente, fascinante. Nunca olvidaré aquella sensación. Era como si pusiera fin a meses de cautiverio, de vida entre tinieblas, y me acercara a aquello que tanto deseaba.
Pero cuando ya empezaba a vislumbrar el otro lado, lo que había tras ese ínfimo punto de luz que se había convertido en inmenso, me aterré. Cerca de una decena de caras medio tapadas por alguna especie de gasa me miraban con una expresión mezcla de interés, esfuerzo y alegría. De repente, algo o alguien me cogió de la cabeza, y tiró de mí hacia él o ello. Quise volver hacia atrás, recluirme de nuevo en mi guarida, pero estaba atrapado. No podía girarme, parecía como si me hubieran sujetado el cuerpo con algo. Finalmente aparecía allí, en medio de toda aquela gente que empezaron a sonreir y a proferir gritos de gozo.
Supe que era el momento de decir “aquí estoy yo” cuando, cogido por aquel ser, el mismo que había tirado de mí, abrió su mano y me dio un cachete en el culo. Acababa de llegar y ya me estaban dando palos. Imagínate como ha sido mi vida desde entonces.
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