jueves, 14 de julio de 2011

La luna de Valencia

Hace tiempo que vivo en la luna de Valencia,
colgado de un sueño que, a fuerza de perseguir
he terminado por atrapar, o que me ha atrapado a mí.

Desde aquí arriba veo como son las cosas ahora
y como eran antes, tan diferentes, tan distantes,
tan incompletas cuando tú no estabas,
tan increíbles ahora que te asomas por mi vida.

Es por ello que el miedo está latente,
ese miedo primitivo a estropear algo tan maravilloso,
por una palabra que nunca debió salir de mi boca
o por la que nunca me debí guardar.
Por algún acto de estupidez supina
o por alguna omisión ladina.

Pero lo mejor de estar perdido en la luna de Valencia
es que tú estás conmigo en ella,
iluminando el cielo con tus azules ojos
más que el blanco satélite,
que mengua y crece en un premeditado intento
de que deje de prestarte atención. Pero no puede.
Nada puede impedir que sólo tenga ojos para ti.
Ni siquiera la luna de Valencia, princesa.

sábado, 7 de mayo de 2011

¡Qué sonrisa más tonta!

No sé por donde empezar. Lo único que sé es que no quiero pecar de mojigatería sensiblona, aunque no sé si podré. No sé, no sé, no sé: dudas, indecisión, porque hoy me han desarmado y me han tirado abajo los esquemas. Bueno, mejor dicho, lo han vuelto a hacer. Además, me he acostumbrado a plasmar el lado más oscuro de las cosas y me puede resultar difícil tanta luz como la que he recibido hoy. Mis ojos no están acostumbrados y mi cerebro atenúa la verdadera dimensión. Pero empezaré desde el principio.


Uno llegó por estos lares sin intenciones marcadas ni rumbo fijo en ningún sentido. Afortunadamente, estoy cumpliendo sueños y metas que tenía desde pequeño. Estoy trabajando de lo que me gusta y donde me gusta y, sobre todo, me está permitiendo conocer a gente maravillosa, de todas condiciones, que me están haciendo el camino más llano. Si la vida pone a cada uno en su sitio, le he caído muy bien a alguien con muchas influencias, porque me está poniendo en un sillón muy cómodo. Y luego, se da la circunstancia, de que la mayoría son mujeres... y qué mujeres ¿Qué mas puedo pedir? (aquí se permite el comentario socarrón del día).


Cuando encuentras personas así, y permitidme la exageración, la vida cobra otro significado. Bueno, perdón, cobra significado, así a secas. Perfectos desconocidos unos meses antes que, a la mínima, te sorprenden con regalos y alharacas, aunque lo esencial es lo que eso demuestra. Un regalo, sólo por lo material, no tiene ningún valor, ya que no deja de ser algo superficial. Lo que los hace especiales y queridos es saber que para llegar a ese punto, primero, esas personas han tenido que pensar en ti; y segundo, se han tomado unas molestias que no se habrían tenido por qué tomar. Se han preocupado por hacerte feliz, y eso es lo más grande. Es este tipo de gente, la que depara los pequeños instantes de felicidad en el día a día, la que te hace sentirte como en casa en un lugar donde, hasta hace bien poco, eras un extranjero más llegado entre turistas guiris.



Acostumbrado a ser parco en celebraciones, este ha sido uno de los cumpleaños más austeros – el deber manda – pero seguro que será uno de los más recordados. Ana, Andrea, Alba, Rosa, Paloma, María: gracias. Gracias porque esta noche no me puedo quitar esta sonrisa tan tonta.



Por cierto, no he sido capaz de cumplir mi objetivo. Dejemos de lado el pasteleo, que me estoy empachando con tanta azúcar y pasemos a la acción: esto hay que celebrarlo. Habrá que juntarse durante el verano cuando toda la vorágine de trabajo y exámenes pase para celebrar que estamos vivos, ¿no? Que hace mucho tiempo que no pasamos un rato agradable juntos.

domingo, 24 de abril de 2011

Noche de domingo

Hay noches que uno lo ve todo del mismo color que predomina en el cielo a esas horas. Y encima, últimamente ya no hay estrellas que alivien su espesura y ofrezcan aleatorios dibujos que nosotros, en nuestro obcecado afán por cuadricular hasta las olas del mar, trazamos y clasificamos aunque tengamos que forzar su posición hasta límites insospechados. Pero ese es otro cantar en el que no quiero ni me interesa meterme. De momento.

Decía que hay noches que se ve todo muy oscuro, y no sabes exactamente por qué. Suelen coincidir con las últimas horas de algún melancólico domingo de soledad. Sabes que al día siguiente comenzará de nuevo toda la vorágine, el carrusel volverá a girar y todas estas penas se diluirán entre focos, micrófonos, ondas y rutina.

Quizá sea un herencia de esa tierna infancia en la que sabías que se acababa el 'finde', que tenías que volver a esa clase que tanto te aburría y de la que tanto deseabas salir en cuerpo y mente. Intentabas apurar esos últimos tragos de pequeña libertad antes de volver a esas obligaciones que desdeñabas pero que ahora resulta que fueron importantes. Me estaré haciendo viejo.

A pesar de que el contexto ha cambiado más que el tiempo en primavera, las sensaciones son las mismas. Con otra diferencia: echo de menos la tenue luz anaranjada del salón de casa, y quienes estaban en él. Quien me lo iba a decir.

miércoles, 6 de abril de 2011

Rutina

Levantarse. Ducha. Trabajo. Comer. Más trabajo. Dormir.
Levantarse. Ducha. Trabajo. Comer. Más trabajo. Dormir.

Hay veces que no podemos parar. Somos como autómatas, a los que programan para ejercer equis número de tareas. Una y otra vez, una y otra vez, en un bucle que se desarrolla en espiral hasta el infinito. Por más que queramos andar, siempre acabamos en el mismo sitio.

De vez en cuando, sólo muy de vez en cuando, conseguimos parar y desviar el transcurso de esa inexorable flecha. Descansamos cinco minutos y nos volvemos a acordar de que hay vida más allá de la pantalla de un ordenador cualquiera, de las informaciones que ésta vomita, de querer ser el primero sea cual sea el premio y el castigo.

En ese intervalo de tiempo, recordamos. Recordamos las cosas importantes. Recordamos que tenemos tiempo para sentir. Y yo, personalmente, me acuerdo de ti. De tu balsámica sonrisa, del afrutado olor de tu piel, del cálido sonido de tu voz. Y todo cobra sentido. Y todo vale la pena.

Hasta que el carrusel decide volver a girar, y la enérgica flecha de la vida vuelve al rumbo preestablecido. Suena el móvil y ya no estás tú.

Levantarse. Ducha. Trabajo. Comer. Más trabajo. Dormir.
Levantarse. Ducha. Trabajo. Comer. Más trabajo. Dormir.

sábado, 12 de marzo de 2011

Lluvia

La lluvia aporreaba el otro lado del cristal. Yo estaba mientras tanto distraído con aquella insulsa e irrelevante limpieza general cuando, de repente, encontré aquel álbum de fotos. Y, al tiempo que un rayo partía en dos la noche, me acordé de aquella fascinación tuya por la fotografía. Analógica, por supuesto. Te encantaba ese ritual que te suponía revelar las fotos en el laboratorio casero que tenías en el sótano. Ver como, poco a poco, lo que era un trozo de papel en blanco, degeneraba gradualmente en esa imágen, en ese recuerdo que esperabas con tanto anhelo.

Un poco así, de esa manera, de la forma en que iba apareciendo poco a poco la imagen sobre el blanco, apareciste tú en mi vida. Despacito, sin anunciarte, sin hacer mucho ruido. Cuando me quise dar cuenta estaba ya prendado de ti. De tu belleza fina, como de niké griega. De tu encanto natural, sin alardes innecesarios. De tu dulce y blanca sonrisa, que dejaba mostrar tus dientes como las impolutas teclas de marfil de un piano. Y también de esa misma manera, tan paulatinamente que casi ni nos dimos cuenta, nos fuimos distanciando el uno del otro, y hacía ya casi dos años que no sabía de ti. Dos años que comenzaron a pesar como dos toneladas sobre mi.

Mi primer impulso fue llamarte al móvil, pero un sonoro trueno hizo que deshechara aquella idea, como si de un aviso divino se tratara, y pensé en hacer lo que mejor se me da: escribirte una carta. Analógica, por supuesto, nada de emails y de esas moderneces que no hacen sino matar el romanticismo. Poder sentir, casi oler, la tinta sobre la que derrama el pensamiento de esa persona tan querida. Es, de algun modo, una forma de mantener el contacto fisico. Tocar lo que has tocado.

Pero soy un cobarde. Siempre lo he sido y lo seguiré siendo per saecula saeculorum. Prefiero regodearme en recuerdos de un pasado glorioso, ahogado en mi propia mediocridad. Fuera sigue lloviendo.

lunes, 28 de febrero de 2011

Tiempo

Hace tiempo que no me paso por aquí. Debe de ser que hace tiempo que no siento nada. Y me preocupa.

viernes, 11 de febrero de 2011

Tribus urbanas

Nos pasamos la vida buscando a nuestros iguales. Gente con la que hacer grupo, que reafirme nuestras ideas sin cuestionarnos ni el como ni el por qué. Entonces, guarecidos en la cueva grupal, nos sentimos identificados con esos semejantes que, a su vez, se sienten identificados con nosotros mismos en una suerte de comodidad recíproca. Yo sé lo que tú sientes, y tú sabes lo que yo siento. Nos sentimos cómodos, y no vemos la necesidad de comparar, de contrastar, de debatir y, en el fondo, de comprender que hay otras maneras de sentir y vivir igualmente válidas.

En la búsqueda de nuestro pequeño grupo gastamos grandes cantidades de energía y diversas comidas de cabeza. Nunca pensamos que quizá, sólo quizá, en la variedad esté el gusto, como dice el refrán, y que haber pertenecido a varios grupos sea mucho más enriquecedor. Que la gente, al verte, no te clasifique rápidamente, sino que puedas encajar en todos sitios y en ninguno a la vez. Que la contradicción sea tu manera de vivir.

Todo esto se puede extrapolar a la búsqueda de esa persona especial. Vamos, lo que los entendidos llaman “pareja”. Si acabas con alguien demasiado parecido a ti, es muy probable que acabes aburrido de hacer lo mismo de siempre. Lo interesante es que llegue alguien tan diferente a ti que te muestre cosas nuevas. Lugares nuevos, música nueva, sentimientos nuevos. Y tú, después de haber sembrado esa polivalencia, recoges los frutos pudiéndote adaptar a todo, pudiéndote adaptar a ese ritmo. ¿Captas por donde voy?

Lo bonito que es encontrar a alguien inesperado que te ofrece cosas originales, inéditas. Que te hace abrir los ojos para enseñarte que la vida tenía más colores de los que pensabas. Que te saca de la rutina de tu aburrida tribu urbana.

Las piezas que encajan nunca son iguales, sino complementarias. Ese es el punto.